lunes, 3 de abril de 2017

"Palo Santo", un popurrí orquestal


En Palo Santo hay un poco de todo: algunos pasajes de una cierta belleza, algunos hallazgos interpretativos, aberraciones musicales e inesperadas sorpresas.


Empezaremos por estas. Yo pensaba que ya lo había visto todo, pero ¡qué va! Anoche vi a una bailaora, La Lupi, sujetar un mantón de Manila ¡con los dientes! Salió además con una aparentemente pesada bata de cola —no sé si pretendía ser la madre de Cristo o María Magdalena— y sufrió para moverla. Creo que no estaría de más que tomase algunas leccioncitas con su paisana Luisa Palicio. Por otra parte, el zapateado del crucificado de Sergio Aranda estuvo bastante logrado y lo mismo puede decirse de la saeta de Manuel Peralta. Lo de Rocío Márquez, sin embargo, fue de juzgado de guardia. ¿Qué le ha podido hacer la cantaora onubense al guitarrista malagueño para que se ensañara con ella de esa manera? Salió dos veces a escena. La primera con un violín molestándola. La segunda con toda una banda de cornetas ahogando la belleza de su voz con un estruendo insoportable. Desde luego, al menos en el baile es práctica y creencia generalmente aceptada que no se deben meter los pies cuando el cantaor está diciendo una letra. Daniel Casares al menos se concedió un momento de lucimiento con unas bulerías de una brillantez lujuriosa que se nos antojaron una evocación de la entrada de Cristo en Jerusalén y que luego supimos que revivían la traición de Judas. ¡¿?! La Orquesta Sinfónica de Triana y la Banda del Santísimo Cristo de las Tres Caídas interpretaron lo que ponían las partituras. Nada que objetar en ese sentido. Durante el concierto se intercalaron también unos textos que, esta vez por culpa de la megafonía, nos costó trabajo descifrar. En fin, por decirlo con dos palabras: Paso Santo rozó el disparate.
El público al final aplaudió puesto en pie. Cosas de la E.S.O.
                                                                                                   José Luis Navarro