Ayer
Asunción Demartos hizo realidad otro sueño: estrenó “Bailaora”
en el Lope de Vega sevillano. Y es que el flamenco para Asunción es,
a un tiempo, pasión y necesidad. Lo vive y vive para él. Necesita
expresarse con él. Es más, porque es artista, tiene que hacerlo en
público. No le bastan las cuatro paredes y el espejo de un estudio.
Necesita ese punto mágico de encuentro con unos espectadores que son
las tablas de un teatro. Y ¿qué mejor escenario para el goce y el
recogimiento que esa bombonera que es el Lope de Vega?
Por
eso, anoche Asunción rebosaba felicidad. Por fin, pudo desnudar su
alma ante los suyos. En “Bailaora” hubo baile —un
intenso recorrido por el patrimonio del flamenco desde el
martinete-seguiriya, la rondeña, el taranto, los tangos, la farruca
y la soleá, hasta las alegrías finales—
y hubo poesía, su poesía. No podía faltar. Hizo además un
despliegue técnico de todas sus aptitudes para la danza: braceó y
zapateó con tacones y con zapatillas —un
original baile de puntas por rondeña—,
demostró su habilidad con el bastón, el sombrero, el mantón y la
bata de cola. Le bailó al cante, a la guitarra, al piano y al saxo.
No se le podía pedir más.
Se
presentó muy bien arropada por un amplio conjunto de músicos: Ramón
Amador a la guitarra, Inma la Carbonera y Amparo Lagares al cante,
Sergio Monroy al piano, Diego Villegas al metal e Israel Katumba a la
percusión.
José
Luis Navarro