Desde que el baile flamenco echase a andar a mediados del XVIII no ha dejado de enriquecerse. En décadas recientes, se han puesto formas a cantes que a nadie se le había ocurrido bailar antes: tarantas, malagueñas, granaínas... Se ha creado así un patrimonio artístico que ha enamorado a espectadores de todos los rincones del universo. Todo lo contrario de lo que viene haciendo últimamente Antonio Canales. Yo creo que se le ha olvidado lo que es el baile flamenco. Para él todo se reduce a reproducir un zapateado polivalente ‒un eco de su pasada maestría‒ que lo mismo le sirve para unos tangos, una soleá o para una seguiriya. Eso sí lo adorna con aspavientos corporales y un vestuario propio de payaso de feria.
Anoche presentó en
la Fundación Cajasol un ¿espectáculo? que, en un derroche de
imaginación literaria, tituló “Soleado”, por mor de “esa
Andalucía siempre soleada”, según rezaba en el programa. Eso sí,
acorde con esa premisa climática, vistió de blanco a todos sus
músicos (Galli y Moi de Morón al cante, José Carrasco a la
percusión y Juan Campallo ‒lo
mejor de la noche‒ a
la guitarra), aunque él se presentó con corbata, chaleco y una
especie de batín rojo, hecho un auténtico mamarracho.
Le acompañaron en
el baile Adela Campallo y Óscar de los Reyes. Óscar hizo una
alegrías luciendo precisión y limpieza en los pies, muy en línea
con las maneras que propone Canales. Lo malo es que, en esa misma
línea reduccionista, se olvidó de esa exquisita página musical que
son las escobillas propias de ese estilo. Por su parte, Adela se
ajustó a los cánones de la seguiriya y procuró adornarla con
algunos detalles expresivos.
El público, como
hace siempre, le premió con aplausos e incluso me pareció oír un
“bravo”.
José Luis Navarro